Callejones ~

En un intento de acortar camino para llegar a casa pronto -a pesar de que nadie me esperara- decidí acortar por las callejuelas nada transitadas pero tan poco intimidantes a esas horas de la tarde. No debían ser más de las seis asi que a pesar de estar comenzando a atardecer, la luz era más que suficiente.
Aprovechando que no había nadie pues todas las personas preferían las calles principales, empecé a caminar dando saltitos que dejarían por su estilo en ridículo a la mismísima Heidi por el prado. Lo único que se escuchaba era el ruido de mis zapatos sobre las baldosas de la acera, unas cubiertas de suciedad en las que jamás se me ocurriría comer.

Estaba sumida en mis pensamientos sin realmente pensar en nada. Vale, era una especie de contradicción pero a todos nos ha pasado que sin debatir nada en nuestra mente, nos perdíamos entre sucesos que sin venir a cuento nos asaltaban, evadiéndonos del mundo por completo, algo no demasiado bueno cuando te sientes continuamente en peligro. No es que estuviera volviéndome loca o puede que sí. Ya no sabía nada excepto que a menudo notaba un par de ojos pegados a mi nuca. Me estremecí solo de recordar aquella presencia que desde hacía un tiempo no dejaba de acompañarme, incluso en ese momento me sentía observada. Sin duda me estaba volviendo completamente loca.

Agité la cabeza y dejé de hacer el tonto para caminar de nuevo normal. Al fijar mi vista al frente, me encontré de cara con una chica de más o menos mi edad la cual me sonaba del instituto pero nada más. Con un gesto de todos los que me caracterizaban, eché mi cabello hacia atrás sin dejar de caminar hasta quedar más cerca de ella pero sin detenerme. Sonreí a modo de saludo, acompañado de un movimiento de mi mano, inconfundiblemente de saludo. De lo que no me percaté es que con esto dejé al descubierto aquella señal de mi muñeca que tan poco significaba para mí por aquel tiempo.

Pensaba que la chica iba a optar por no saludarme al ver la primera mirada que me lanzó al sonreírle. Tal vez era reservada pero aquello rozaba la mala educación. Al parecer, cambió de opinión en el último momento, sorprendiéndome y, incluso, asustándome. Tomó mi brazo para que no me fuera ¿Acaso me iba a atracar? No, no creía. Además, yo no era ninguna niñita inocente por muy contrario a esto que fuera mi rostro. Abrí los ojos con sorpresa a la vez que alzaba las cejas preguntándome por aquella amabilidad que había demostrado de pronto. ¿A qué venía todo aquello?

Si me caracterizaba por algo era por ser desconfiada y su forma de actuar me hacía desconfiar enormemente de sus intenciones. A pesar de esto, no hice ademán de irme, solo retiré mi brazo de su agarre con suavidad, como si al mínimo movimiento brusco aquella chica puediera saltar a mi yugular. Mira que era rara...
-Eh... sí, bonito atardecer...-dije sin saber bien qué puñetas decía pero no es que fuera una de esas chicas a las que les da por hablar y no paran. De hecho, prefería observar a las personas y eso hice. Mi mirada la recorrió con curiosidad. Su físico y forma de vestir no compaginaban con aquella esquizofrenia que demostraba. A lo mejor no era la mejor para decir aquello ya que yo misma me estaba volviendo paranoica.

La miré desafiante al oír sus palabras. No me gustaba que jugaran conmigo y si tenía que ponerme a la defensiva lo haría. Había intentado ser sociable pese a mi actitud por lo que ahora no la iba a dejar en cierto modo salirse con la suya. Con una sonrisa ladeada, me crucé se brazos mirándola con cierta chispa de diversión. Ahora me tocaba responder y aunque no quería enemigas, tampoco sentirme como una marioneta o pisoteada.
-Tienes razón. Yo que tú cuidaba mi espalda, las chicas morenas son muy codiciadas por aquí-susurré como si estuviera diciéndole un secreto pero en realidad, lo único que buscaba era jugar un poco con ella.

Me apoyé en la pared con aire indiferente, mostrándole que ya que habíamos empezado aquella conversación, no estaba dispuesta a ser yo la que se retirara. Confiaba en que, pese a tener un carácter fuerte las dos, podríamos llegar a entendernos. No la iba a juzgar para siempre por una mala impresión. Todos merecíamos segundas oportunidades ¿o no?.
-¿Por qué ese repentino interés de hablarme?